Por MELITÓN GONZÁLEZ, siendo capitán profesor en la Academia General Militar en su I Época, y en Toledo.
Relato publicado en: The Patent London Superfin González Melitón, Colección de artículos del chispeante escritor Pablo Parellada (Melitón González) con multitud de ilustraciones del mismo. (1896).
LIMPIOS Y AMARRADOS
(EN TOLEDO[1])
Los aspirantes a ingreso en la Academia General Militar[2], por su grado de suficiencia, se dividen a sí mismos en limpios y amarrados.
En el argot del cadete y del aspirante, limpio significa carencia de conocimientos; cerebro que, como en el papel blanco, nada se ha escrito todavía.
Amarrado, y también apistonado, significa todo lo contrario.
Entre el amarrado y el limpio hay una serie continua de gradaciones difíciles de caracterizar, pero los extremos de esta serie tienen señales tan típicas, tan precisas, que se les distingue a la simple vista y mucho antes de que abran la boca.
Véase cómo.
El limpio toma la papeleta que le cupo en suerte; marcha lentamente al encerado y allí la lee y vuelve á leer repetidas veces, porque en ella encuentra algo que no le suena, que nunca oyó en clase ni vio en el índice del autor del texto.
Por su mente pasa la idea de la reclamación ante la autoridad competente, suponiendo que aquella teoría, para él nueva, no se pide. Pero no tiene seguridad y se aguanta.
Alza la cabeza; mira al encerado y no le parece que salió suficientemente limpio de manos del ordenanza. Toma la esponja o bayeta y, frota que te frota, lo deja bruñido.
Empieza a escribir, con muy buena letra, el cálculo a la altura de su nariz, todo lo más. Casi se tocan la punta de la nariz, la tiza y el encerado. Borra luego los dos rengloncitos escritos y los vuelve a escribir con mejor letra, si cabe; y cuidado que la anterior era buena.
El limpio es excesivamente pulcro en la construcción de figuras geométricas. Ninguna línea recta queda hecha de primera intención. La traza despacio y, cuando le salga perfecta, la borra y la vuelve a trazar más larga, más corta, más ancha, más delgada o con otra inclinación.
Pero llega un momento en que se le viene a las mientes el inevitable batacazo, el disgusto consiguiente de sus padres, la vergüenza (que la tiene aunque blasone lo contrario) de presentarse sin el uniforme en el pueblo y tal vez ante su novia …. Por muy terne que quiera ser, el limpio desmaya y entra en el periodo del sopor.
Apoyado sobre la pierna derecha; metida la mano izquierda en el bolsillo del pantalón; rascando con el índice el yeso que conserva entre los otros dedos de la derecha, mientras mira las partículas que desprende, hay un momento en que su imaginación se reconcentra en aquel trozo de tiza, como si el universo entero estuviera reducido tan solo a yeso para encerados.
¿Quién no conoce al limpio en esta posición?
Su silueta tiene algo así como de pájaro enfermo o de sauce.
Es un joven en lá menor[3].
De su inmovilidad le saca la voz de un vocal que, conociendo la situación del aspirante, le dice con el tono más dulce y cariñoso posible:
- Señor de Polinomio… ¿Se siente usted indispuesto¿ ¿Quiere sentarse un rato y meditar mientras descansa?
- No … recuerdo – contesta el chico.
Deliberan en voz baja vocales y presidente y, como resultado, el examinando obtiene el permiso para retirarse de examen.
En la puerta le esperan dos ó tres amigos, tan limpios como él. que le acompañan en el sentimiento.
El duelo se despide en el Zocodover.
***
El amarrado ya es otra cosa.
No es ningún grandullón sino un simpático niñito de ojos grandes y separados de su naricita.
Se presenta decentito, pero no elegante.
Chaqueta gris, chaleco gris más oscuro y pantalón de un gris entre el de la chaqueta y el chaleco. Se comprende que pronto quiere dejar el terno que viste y por eso no se ha querido hacer otro.
En un periquete se entera del contenido de la papeleta.
Sin fijarse en las nebulosas de yeso del encerado empieza a escribir el cálculo arriba, muy arriba, para lo cual estira su cuerpecito cuanto puede dar de sí y hasta se pone de puntillas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya le falta poco para llenar la pizarra.
Se arrodilla en el suelo, sin fijarse en que se ensucia el traje. Se levanta con yeso en los labios, rodillas, manos y cejas.
- Me falta encerado – dice al tribunal con aire de vencedor.
- Bien; puede usted ir explicando lo que tiene puesto.
El amarrado empieza a explicar y llama la atención de todos los vocales, que le escuchan casi sonriendo de simpatía por un chiquitín que desarrolla el binomio de Newton en una edad en que sólo se concibe el desarrollo del cordel para bailar la peonza.
La clase se ha llenado de espectadores.
El pequeño traga-teoremas es conocido como un empollón de porvenir entre sus colegas.
- Está muy bien, está muy bien, le van diciendo los examinadores.
El chico respira con toda la fuerza de sus pulmones; se engalla y acaba por contestar con cierta familiaridad científica, como de igual a igual.
Entusiasmado, explicando las muchísimas explicaciones de los polígonos estrellados, no oye, hasta la tercera vez, la voz del presidente que le dice:
- Puede usted retirarse.
Detrás salen catorce ó quince amigos y conocidos. Palmas en la espalda, apretones de manos enhorabuenas.
Contra su costumbre, el empollón pagará esta tarde la convidada a los amigos.
Un chico de horchata o limón con barquillos.
Que aproveche.
[1] Por Real Decreto de 20 de febrero de 1882 se crea la Academia General Militar, que compartirá durante diez años las instalaciones del Alcázar toledano con la ACADEMIA DE INFANTERÍA. En Febrero de 1893 se reorganizan los Centros Militares desapareciendo la ACADEMIA GENERAL MILITAR.
[3] Lá menor, junto con do menor, se considera una tonalidad musical mucho más conveniente para expresar "el efecto triste" que otras tonalidades menores.