“Las gentes del teatro, autores inclusive, suelen tener supersticiones. Una de éstas es que una peripecia nunca viene sola durante un estreno. En el de mi sainete triunfó esa superstición.”
Anécdotas de autores:
peripecias de un estreno.
Por MELITÓN GONZÁLEZ.
Publicado en Madrid: diario ABC, jueves 9-6-1927. PÁGINAS TEATRALES, PAG.10 y 11
Para facilitar el aprendizaje, para instruir deleitando, los jóvenes alumnos representan, en un escenario improvisado, trozos de comedias y también sainetes y entremeses escritos en el idioma extranjero que están estudiando.
Así se hace en The University Club[1], Madison, Wisconsin (Estados Unidos), según me escribieron los profesores de aquella Universidad, Sres. Samuel Wofsey y James A. Cuneo, quienes me enviaron un ejemplar del libro que ellos editaron, destinado a la enseñanza de nuestro idioma.
Después de un prefacio muy laudatorio para el idioma español, el libro contiene fragmentos de comedias, y entremeses, y sainetes enteros nuestros. Entre estos últimos y con permiso del autor, De Madrid a Alcalá, sainete[2] en un acto y tres cuadros que estrené hace años, en el teatro de Lara[3].
Pongo el anterior preámbulo, porque la noticia de que en el extranjero hay quienes se acuerdan para nosotros para algo bueno, será del agrado de los buenos españoles y, además, para traer a cuenta lo ocurrido durante el estreno de mi sainetillo, en el gran teatro Calderón, de Valladolid.
Estreno[4] en Madrid[5]:
El cuadro primero, telón corto, es el interior del andén de la estación del Mediodía, en Madrid.
El segundo[6], el interior de un coche de primera clase: los tres departamentos con sus correspondientes portezuelas y ventanillas del lado opuesto al espectador. El piso del coche estaba a poco más de un metro de altura y, por debajo, veíanse ruedas, muelles, cajas de engrase, y demás detalles de un coche de ferrocarril[7].
Cuando se oía la señal de “marcha”, empezaban a girar las ruedas; a través de las ventanillas, veíase desaparecer, hacia la derecha del espectador, la parte del andén donde el convoy estaba. Después, en la misma dirección, veíanse pasar un poste telegráfico, y otro, y otro…, mientras los viajeros, sentados (Conchita Ruiz, Matilde Rodríguez, Pepe Calle, Barraicoa, Arturo La Riva y Alberto Romea), imprimían a sus respectivos cuerpos un ligero movimiento producido por la supuesta marcha del tren.
La ilusión de que el tren marchaba era completa.
Yo quedé muy satisfecho de la primorosa labor de los artistas, y agradecido a la Empresa de Lara, que pintó tres decoraciones y puso con tal propiedad un juguete[8] insignificante.
En la Universidad de Wisconsin disponen la escena con suma sencillez.
Según el mencionado libro indica, para el cuadro segundo de mi sainete, el interior del coche de viajeros se dispone de esta forma:
Cuatro sencillas mamparas verticales, paralelas y separadas convenientemente, forman los tres departamentos. Sillas, con los respaldos contra las mamparas, son los asientos.
Como el único fin es el de instruir, basta con las mamparas y las sillas. Escenografía sintética.
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El estreno[9], en Valladolid[10]. El estreno de las peripecias.
Tampoco aquella empresa escatimó gastos. Mandó pintar el decorado.
El pintor, por más apremios que se le dieron y recados que se le enviaron, no presentó las decoraciones hasta media hora antes de empezar el estreno. Genialidades propias de todo buen artista.
Con actividad vertiginosa se emprendió la tarea de enlistonar y colgar las decoraciones, y de acoplar el armatoste del tren cuando ya se había dado entrada al público. El escenario parecía una jaula de locos. Los morenos[11] comenzaban a exteriorizar su impaciencia cuando se levantó la cortina.
Tan pronto la decoración quedó descubierta, oí risas en la sala y, desde una primera caja de bastidores, observé regocijo y comentarios en el público. Algunas señoras se tapaban la boca con el pañuelo o la cara con el abanico para no hacer ostensibles sus carcajadas.
Pronto supe el motivo: el artífice, al pintar la decoración del primer cuadro, no se redujo a poner el interior de un andén cubierto, según se le encargó y el ejemplar del sainete rezaba; pintó un pequeño trozo de andén cubierto y lo demás al aire libre, con objeto de poner algo de jardín, que diese vistosidad a la decoración. Toda ella andén cubierto habría sido cosa muy árida. Y pintó un jardinillo esmirriado, raquítico, como los que suele haber en las inmediaciones de algunas estaciones ferroviarias, y también junto a los fielatos de Consumos[12]. Detalle éste que me hizo observar mi amigo Santiago Rusiñol[13]. “Junto a un fielato nunca verá usted un jardín bonito”.
En esto el pintor escenógrafo se ajustó al natural, pero en otro detalle extremó la naturalidad: en primer término, y de tamaño natural, pintó otro jardín, no de flores, sino de mampostería de ladrillo rojo y tejado de teja plana, con dos puertas, en cuyos respectivos carteles se leía: “Señoras.” “Caballeros.”, y, próximo a esta construcción, un palo ostentando un rótulo, donde, con grandes letras negras sobre fondo blanco, se leía la palabra plural denominadora de ambos departamentos. Aquel letrero ocupaba un tercio del ancho de la decoración. El letrero y la construcción de ladrillo parecían ser el motivo principal del cuadro.
Sin más incidente pasamos al cuadro segundo.
El coche estaba tan bien dispuesto como el de Lara. Le pasé revista. Todo funcionaba de maravilla.
El tren emprendió su marcha. De pronto oigo en el público una carcajada general, estruendosa y prolongada.
El diálogo del sainete, a mi parecer chistoso, no lo creí excitador de risa tan formidable.
Corrí hacia la primera caja de bastidores para recrearme de la risa del público. Pasaron unos segundos. Otra carcajada general mayor que la primera.
Yo estaba maravillado de la gracia que al público le hacían aquellas frases, que yo escribí sin sospechar que tanta gracia contuvieran.
Tenía razón el público en reír. No reía chistes ni donaires[14] del diálogo: el traspunte [15] había entregado a un sujeto un palo que figuraba un poste telegráfico, para que lo pasase, de cuando en cuando, de un lado a otro del escenario, por detrás del tren.
El hombre cumplió la orden recibida, pero unas veces pasaba de izquierda a derechas del espectador y otras a la inversa; de modo que, en el público, daba la sensación de que el tren marchaba unas veces de Madrid a Alcalá y otras retrocedía hacia Madrid. Movimiento alternativo.
Dispuse que no volvieran a pasar más postes telegráficos.
Ya la cosa marchaba como ruedas sobre carriles cuando oí otra carcajada general, que me alarmó de nuevo. Otra peripecia: una joven actriz que desempeñaba el papel de recién casada, tenía que hacer funcionar el timbre de alarma; con tanta fuerza tiró de la manija, que la arrancó.
Las gentes del teatro, autores inclusive, suelen tener supersticiones. Una de éstas es que una peripecia[16] nunca viene sola durante un estreno. En el de mi sainete triunfó esa superstición.
Fue la primera peripecia: Uno de los actores, que representaba un cadete de Caballería, se me presentó muy apurado porque la guerrera que le habían prestado le estaba sumamente estrecha; le faltaban más de cuatro dedos para poder abrochársela, y apenas podía mover los brazos.
- ¿Qué hago? – me preguntó.
- Ponerse otra guerrera que le esté a medida.
- No sé a quién pedírsela, y, aunque lo supiese, ya no tengo tiempo; van a levantar el telón [17]y salgo en la segunda escena. ¿Qué hago?
- Salir así; no queda otro remedio.
- ¡Salir así, imposible: estoy hecho una facha[18]!
- Pues quítese la guerrera – le contesté malhumorado -, cuélguesela del hombro izquierdo, a manera de pelliza, y, al salir a escena ingéniese manera de decir que es usted de Húsares.
Y me marché al cuarto del primer actor.
El actor de la guerrera estrecha, aunque era un joven principiante, supo arreglárselas mejor de lo que yo pensara: al salir a escena y entregar su billete al portero del andén para lo que taladrase, preguntó al portero:
- ¿Ha visto usted a por aquí algún jefe u oficial del Ejército?
- No, señor.
- ¡Ah, respiro! Hace un calor horrible. Estoy sudando a chorros; por eso voy la guerrera desabrochada. Si me viese algún oficial me arrestaría.
El público de Valladolid perdonó las peripecias del estreno, y, al final, se mostró benévolo.
Yo le quedé muy agradecido.
[1] The University Club, founded in 1907, has long operated as a social organization and affiliate of the University of Wisconsin–Madison. The university owns the building, located at 803 State Street, and the furnishings and equipment inside. The building is part of the Bascom Hill Historic District and is listed in the National Register of Historic Places.
[2] Sainete es una pieza dramática jocosa en un acto, de carácter costumbrista y popular, representado en España durante el intermedio o al final de una función. Sustituyó al entremés en los siglos xviii, xix y xx.
[3] Cándido Lara Ortal (Madrid, 1839 — Madrid, 29 de junio de 1915) fue un empresario español del siglo xix. Senador vitalicio y hábil negociante, se le ha recordado como promotor y explotador del teatro madrileño que lleva su nombre.
[4] DE MADRID A ALCALÁ: Sainete en un acto y en tres cuadros, en prosa. Escrito por Pablo Parellada cuando tenía 50 años. Dedicado a su querido amigo y compañero Mauro García. Acción en época actual. Estrenado en el teatro Lara el 24 de diciembre de 1905.
[5] El teatro Lara es un vetusto teatro a la italiana construido en 1879 en el número 15 de la Corredera Baja de San Pablo del madrileño Barrio de Maravillas, en el entorno de lo que desde el último tercio del siglo XX se conoce como zona Malasaña. Nació de la iniciativa particular del "plutócrata Cándido Lara", y fue inaugurado el 3 de septiembre de 1880.
[6] CUADRO SEGUNDO. Coche de primera clase seccionado por su eje longitudinal y de arriba á abajo, de manera que se ve la mitad ó algo más de cada uno de los tres departamentos que lo constituyen, con sus portezuelas practicables al lado opuesto del espectador; los cristales pueden suprimirse, pues se supone estar en el mes de Agosto, pero hacen falta cortinillas para que no entre el sol, y evitar que se vea el paisaje, al marchar el tren. El piso del coche conviene que esté, por lo menos, un metro más alto que el tablado del escenario. Una bambalina llegará hasta el techo del coche; la embocadura se cerrará por los costados cuanto sea posible. Si en dos ventiladores eléctricos, se sustituyen las aspas por dos discos circulares de cartón ó de hoja de lata, éstos serán las ruedas, y podrán girar con igual velocidad, aplicando el fluido á un punto desde el cual se bifurque la corriente y vaya á los dos ventiladores, (l) De no hacerlo así, nos conformaremos con un lienzo gris que tape el bajo del coche hasta el tablado del escenario. Al parar el tren, después de la salida de Madrid, se verá telón de campo, á través de portezuelas y ventanillas. Mucha luz al exterior del coche.
[7] Año 1880, ESTADO DEL CUERPO DE INGENIEROS. Parellada Molas, Pablo: Número en la escala: 3; Empleo en el Cuerpo: Teniente, en la Península, antigüedad 18-may-1878; Destino: Regimiento Montado / Segundo Batallón / Cía. Segunda de FFCC (Madrid).
[8] Los juguetes cómicos, subgénero dentro del Género Chico, fueron piezas teatrales compuestas en un acto que solíanse representar en España durante el siglo XIX. Podían ser piezas exclusivamente dramáticas o lírico-dramáticas, en el caso de que se intercalaran canciones y bailes populares por aquella época (polkas, machichas, garrotín, etc.). Fueron muy populares en lo que se llamó Teatro por horas.
[9] El Teatro Calderón es el principal teatro de la ciudad española de Valladolid.
[10] En aquel entonces el Teniente Coronel de Ingenieros D. Pablo Parellada Molas estaba destinado en la guarnición de Valladolid. Persona popular y celebrada con el nombre “Melitón González” desde que en 1883 publicó sus primeros dibujos en “La Avispa”, y como autor teatral desde 1895, cuando , con 40 años estrena su primera obra de teatro cómico: "Los Asistentes".
[11] Aquí se refiere el autor a una minoría de espectadores. MORENO: Gresca, pendencia. Era habitual el pateo en las representaciones teatrales por parte del público asistente; se increpaba y amonestaba a actores y autores de la obra, se hacían peticiones de repetición de alguna escena cuando era del agrado del público, se fumaba constantemente en la sala, se hablaba persistentemente, los asistentes mostraban el agrado o la disconformidad, se comía y bebía en su asiento; un sinfín de actos más de este tenor hoy inusuales.
[12] El fielato es el nombre que recibía el edificio en el que se cobraban los arbitrios y tasas municipales sobre el tráfico de mercancías. Además de tener una función recaudatoria, como era el cobro de arbitrios sobre alimentos y bebidas que se querían introducir, servía para ejercer un cierto control sanitario sobre los alimentos que entraban en las ciudades, de ahí que también fuera conocido como “estación sanitaria”. Constituía una actividad de gran importancia para los ayuntamientos pues, según las ciudades, podría llegar a suponer entre el 50-70% del total de los ingresos municipales. Los fielatos se establecieron en las entradas de las poblaciones de España desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1960, aproximadamente.
[13] Santiago Rusiñol Prats2 (Barcelona, 25 de febrero 1861 - Aranjuez, 13 de junio de 1931) fue un pintor del modernismo catalán, escritor y dramaturgo español que escribió en lengua catalana.
[14] Donaire. Del b. lat. donarium, de donāre 'dar'. 1. m. Discreción y gracia en lo que se dice. 2. m. Chiste o dicho gracioso y agudo. 3. m. Gallardía, gentileza, soltura y agilidad airosa de cuerpo para andar, danzar, etc.
[15] Traspunte. De tras1 y apunte. 1. m. y f. Teatro. Persona que avisa a cada actor cuando ha de salir a escena y le apunta las primeras palabras que tiene que decir.
[16] Peripecia. Del gr. περιπέτεια peripéteia. 1. f. En el drama o en cualquier otra composición análoga, cambio repentino de situación debido a un accidente imprevisto que altera el estado de las cosas. 2. f. En la vida real, accidente imprevisto o cambio repentino de situación.