Por D. ALBERTO CASAÑAL SHAKERY (1874-1943)
Romance X de los incluidos en el volumen “Romances de ciego (versos baturros)”, 1913
Estrenado con aplauso con el título de ROMANCE DE CIEGO, en el teatro Principal la noche del 16 de Junio de 1909 é interpretado por la Srta. Leocadia Alba y el Sr. Simó Raso
ESCENA ÚNICA
UN CIEGO, UNA MUJER Y UN CHICO. (Este último
lleva un cartel en el cual van representados
los principales episodios del romance.)
CIEGO
Nobles y honraos habitantes que habitan en este pueblo, oigan el triste relato verídico y verdadero que de la fiera Zurrupia mandó emprimir el gobierno pa que se guarde tó el mundo de animal tan traicionero que ataca, sin destinciones, con igual ensañamiento á prencípes y á mainates que á presonas ú á corderos, ya sean ricos ú probes, célibes ú de ambos sesos.
Pero antes, por si hay alguno que piensa pa sus adrentos que la tal fiera Zurrupia no ha existido en nengún tiempo y es, solo, una fantesía que ha forjao nuestro celebro, pa que naide tenga duda sabed, que este probé ciego, la vio con sus propios ojos hace dos siglos y medio.
***
El día 4 de Agosto del año mil cuatrocientos, reinando el rey Carlos IV hijo de Fernando VII y siendo el conde de Aranda y el canónigo Cisneros los hombre de más influjo que había en el Menisterio, en la ciudá de Bilbílis entró un anciano, corriendo con una pierna cuertada y la otra pierna de menos.
MUJER
Preguntó por el alcaide y á su lao le condujuron.
«¿Pa qué me buscas?* dijóle el alcaide ná más velo; y al oservar que se estaba desangrando por momentos...
CIEGO
le mandó que se pusiese la gorra y tomase asiento.
Se asentó el pastor (que este era su oficio y su nombre Ugenio).
Y cuando descansó un poco y las juerzas le golvieron, dando prebas de embarazo contó lo que ahora sabremos.
***
LOS TRES.—(Cantando)
Hombres y mujeres de toas las edades que tuvís cubiertas las nesecidades, á los probecicos dadles agua y pan y en el otro mundo sus lo pagarán
***
CIEGO
Señor alcaide, yo estaba muy tranquilo y satisfecho en lo más alto del monte pastando con mis corderos, cuando se oyó por mi espalda un risoplido tremendo.
Golví la cabeza á escape ¡ojala no la hubiá güelto! y me hallé frente á una fiera de tan repunante aspeuto que de ricordála solo se me rigüelve tó el cuerpo.
MUJER
Tres cabezas enseñaba: de arangután la del centro, de buitre la de la izquierda, de sierpe la del lao drecho.
CIEGO
Tuvía alas de pájaro y patas de cuadrúpedo.
MUJER
La largura de su coda pasaba de un kilómetro.
CIEGO
Por la boca y los oídos gomitaba pez hirviendo
MUJER
Por alante echa chispas.
CIEGO
Por atrás acitileno;
MUJER
Y le brillaban los ojos
CIEGO
Y le clujían los güesos
MUJER
Y le chasquiaban los dientes
CIEGO
Y le golía el aliento.
«Yo soy la fiera Zurrupia, dijo, y á matate vengo».
Y sin añadir palabra me agarró por el piscuezo y me llevó á la su cueva en cuatro ú cinco voleos.
Drento de la cueva había cuatro zurrupios pequeños.
Los cuatro me se tiraron deseguida que me vieron.
Uno me agarró esta pierna con tal encarnizamiento que en ella me ha dejao solo la planta del pié y un dedo.
Otro me hizo con las uñas un desgarrón en el pecho y visceras y músculos me ha dejao al descubierto.
Yo al ver que mis amarguras ya no tuvían rimedio me encomendé muy devoto á la Virgen del Carmelo, á la Devina Pastora y al santísimo madero, y tuve la güeña suerte de que escuchasen mis rezos.
Esto es lo que me sucede, siñor alcaide primero y á contáselo hi venido pa que sin perder momento salga usté con gente armada á perseguir por los cerros á esos feroces zurrupios que campan por sus respetos.»
LOS TRES.—(Cantando)
Bendito San Pablo que estás en los cielos precura que acaben nuestros desconsuelos.
Y si tropezamos con algún doblón, haz que no caigamos en la tentación.
CIEGO
Apenas oyó el alcaide la rilación del suceso dio ordénes pa que tó el mundo se pusiese en movimiento, y delante de su esposa, que el rilato estaba oyendo con cuatro creaturicas
MUJER
la mayor de mes y medio,
CIEGO
prometió solenemente que él iba á dar el ejemplo cuertándole la cabeza al zurrupio más pequeño.
MUJER
Al oir estas palabras, la esposa, muerta de miedo, muy llorosa y aflegida le echó los brazos al cuello.
«No hagas tal cosa» le dijo. «No te apartes del lao nuestro. Piensa en que pa tú no debe de haber en el mundo entero, más zurrupios que tu esposa y estos angeles del cielo.»
CIEGO
Pero el alcaide, que era hombre muy rígido y muy severo, se disprendió de su esposa (que cayó larga en el suelo con las cuatro creaturas, dos de ellas en cada pecho) y se derigió hacia el monte con tó su acompañamiento.
MUJER
Colocaos á la cabeza de aquel fúnebre cortejo, iban sais guardias ceviles; aragoneses, dos de ellos, los otros dos valencianos,
CIEGO
y los restantes, solteros.
Iban, dimpués, los músicos pero sin los estrumentos.
Seguíales el alcaide rodiao de cuatro maceros y del juez y el escribano,
MUJER
(mal casaos los dos por cierto.)
CIEGO
Detrás, en dos largas filas, con velas y descubiertos marchaban diez concejales ripublicanos y nieutros. Y á retaguardia iba el cura, con el exclusivo ojeto de auxiliar á los defuntos caso de llegar á tiempo.
***
LOS TRES.—(Cantando)
Santa Ana bendita sagrada y gloriosa socorre á los probes que piden limosna.
Nobles caballeros tengan compasión y vivan los santos y la riligión.
***
MUJER
Dimpués de andar un par de horas por montes y vericuetos, llegó toa la comitiva frente al lugar del siniestro.
Al ver que en la cu jva nadie tuvia el atrevimiento de entrar á hacer un registro, tomaron el güen acuerdo de echar á suertes» con pajas, quien debía entrar primero.
CIEGO
Cogió cada cual la suya y cotejáronlas luego.
Quien la tuvía más corta era el alcaide del reino.
Diérónle la noragüena pero él, que estaba indispuesto de risultas de un cólico, le trasladó el nombramiento á un alguacil que tuvía tres perras gordas de sueldo.
Entró el alguacil temblando y amarillo como un muerto en la lúgubre guarida, y salió, á poco, diciendo que allí no había animales anfibios ni cornupétos.
Todos entraron entonces á hacer un registro serio, y ná más entrar, á todos se les erizó el cabello.
MUJER
Nueve cadavres hallaron, sin contar tres esqueletos que sin señales de vida estaban colgaos del techo.
Suspirando amargamente, sin juerzas y sin aliento, en un rincón encontraron al organista del pueblo al cual ya no le quedaba nengún órgano completo.
Más allá, pidiendo auxilio en un idioma extranjero, espiraba un individuo hechos tres piazos el cuerpo y el cránio de la cabeza á la distancia de un metro
CIEGO
Tamién había una anciana muerta y sin conocimiento; una presona desnuda (masculina por su aspeuto)
MUJER
y un niño recién nacido que dijo llamarse Pedro.
CIEGO
Al ver un espectáculo tan ripulsivo y sangriento, despuso el siñor alcaide que pa evitar más excesos, evacuasen los ceviles el local sin miramientos;
MUJER
lo cual que con tal motivo hubo la mar de atropellos pues toa la gente quería evacuar al mesmo tiempo.
CIEGO
El alguacil, mientras tanto, con sigilo y en secreto cogió cinco ú seis morcillas de las que echaba á los perros y á la entrada de la cueva las puso en ringla en el suelo.
De repente, en lontananza, apareció un bulto negro que venía gomitando rayos, centellas y truenos.
MUJER
Al ver acercase al mostruo, tó el mundo tembló de miedo.
Entre las garras, traía un soldao de pontoneros.
Los zurrupíos, muy alegres, se iban tamién relamiendo pues en el pico llevaban algún animal ú ojeto, ya fuese pavo, gallina, monecipal ú conejo.
CIEGO
A la olor de las morcillas los mostruos se detuvieron; echáronse encima de ellas
las mandibúlas abriendo, y sin prenunciar palabra todas se las engulleron.
Y entre sudores y náusias y sincopes y mareos blasfemando horriblemente sin confesión perecieron.
¡Mu bien! lleno de entusiasmo gritó á la vez tó el cortejo.
Y al saber que le debían el reposo y el pellejo al alguacil, el alcaide, orgulloso y satisfecho, á su casa dende entonces se lo llevó pa portero dándole como salario un duro al mes, sin descuento.
LOS DOS
Y aquí termina el relato verídico y verdadero que de la fiera Zurrupia mandó emprimir el gobierno.
Ahora, falta solamente público amable y discreto que al autor y á los actores no los trates con despego.
TELÓN