Revista BLANCO Y NEGRO, Madrid, número 129, 21-oct-1893, páginas 6 y 7.
También fue publicado en el libro The Patent London Superfin González Melitón: Colección de artículos del chispeante escritor Pablo Parellada (Melitón González) con multitud de ilustraciones del mismo. (1896).
LA PESCA DEL GALLO EN MELILLA
La plaza de Melilla[1] es puramente militar, su población está compuesta casi en su totalidad de los cuerpos de la guarnición, el presidio[2], algunos hebreos comerciantes y un corto número de españoles paisanos.
El gobernador
militar hace de alcalde; el comandante de Ingenieros, de arquitecto municipal;
el médico del hospital militar, de médico municipal; concejales lo son por
derecho propio todos los jefes de cuerpo de la guarnición y un representante
del comercio.
En honor a la
verdad, la cosa marcha como una seda, y bien pudieran muchas poblaciones de la
Península tomar como modelo para la suya la administración de aquel
ayuntamiento, que más parece consejo de guerra que concejo administrativo.
El orden público
está encomendado a los de la Partida.
Prestan sus
servicios en la Partida soldados del regimiento de infantería que por
turno esta allí de guarnición[3],
y algunos presidiarios[4]
de confianza. A los primeros están encomendados los cargos de municipales y
serenos, y no usan más distintivo que un galón de algodón blanco sobre una
manga de su uniforme. Los segundos cuidan de vigilar el campo; obligan a los
moros a no salirse de las veredas y senderos y a que depositen las armas en un
puesto avanzado de la Partida antes de entrar en la plaza.
Estos guardias
rurales llevan para su defensa escopeta, faca y un perro con aspecto de lobo.
Los tales perros
han llegado a tener cierta notoriedad, y raro será el oficial a quien le haya
tocado prestar allí sus servicios por algún tiempo que no recuerde a los
célebres perros de la Partida.
El perro de la
Partida se acuesta tranquilo lejos de los muros de Melilla, a la sombra de
una chumbera, y duerme descuidado, bien seguro de que no ha de molestarle
ningún rifeño.
Si un moro asoma
en lontananza, el perro advierte a su amo con elocuentes ladridos. La sorpresa
es imposible.
Y vamos ya con lo
que motiva el epígrafe del presente artículo.
En aquellos mares,
donde dicen que en otro tiempo se pescaron perlas y corales, no ha faltado
quien en época no tan remota ha pescado aves de corral, convertidas en
marítimas por el ingenio y travesura de algún pistolo[5]
guasón.
Los moros surten a
la plaza de aves de corral, huevos, caza, manteca, miel y otros víveres, cuando
no andamos con ellos a tiro[6]
limpio; pero les está terminantemente prohibido entrar animal alguno muerto o
enfermo.
Los soldados de la
Partida investidos del cargo de municipales son los encargados de hacer
cumplir ésta y otras órdenes.
Un gatera[7]
con galón[8]
blanco buscó a dos camaradas de su confianza una mañana seguidamente al toque
de diana.
—¿Queréis que esta tarde nos comamos un gallo en pepitoria?
—les preguntó.
—¿Mos vas a conviar?
—¿Ta tocao la lotería, ú tan enviao guita de tu
pueblo?
—¡Quiá! Estoy más peleo que un plato;
pero si me ayudáis, esta tarde tenemos la gran merienda. Tú, Rodríguez, te vas
a estar paseando por el andén que hay entre el mar y el muro equis,
desde el cuerpo de guardia a la Marina, y mucha pupila en el agua, que por allí
suele haber gallos nadando; si ves alguno, lo agarras, y al avío. Tú, Sánchez,
estarás hoy en la entrada del mercado; fíjate bien en los gallos que llevan los moros; he tenido noticia de que piensan
pasar uno muy grande y muy hermoso medio muerto de asma. Ya sabes tu
obligación; agarras el gallo, y a la mar con él.
El soldado que así
se expresaba colocóse a la hora convenida a medio kilómetro de la plaza, sobre
el camino que a ella conduce; Sánchez en la puerta del mercado, y Rodríguez de
vigía, paseando junto al muro equis y esperando asomara el delfín con
cresta y espolones.
—A ver, tú, morito, ¿qué llevas ahí? —preguntó el soldado de avanzada a un rifeño que marchaba en dirección a la plaza.
—Llevar farruco[9] (gallo).
—Farruco
estar enfermo —replicó
el de la Partida. Y esto diciendo, tomó el gallo como para examinarle,
cual doctísimo profesor veterinario.
—¡Por Dios
grande! —exclamaba el
moro—, farruco estar bueno; tú estar tontón de toda la cabeza
tuyo.
—Mira, mira qué ojos tan tristes; mira, fíjate en esa
cresta.
Cuando el gallo
volvió a manos del moro, tenía, en efecto, todo el aspecto de un enfermo; la
cabeza caída, los ojos medio entornados, el pico abierto y las alas sin plegar.
En la puerta de la
plaza esperaba Sánchez.
—Este farruco estar muriendo; hay que tirarlo al mar.
Así se hizo. El
pobre farruco, desde que estuvo en manos del primer soldado de la
Partida, hasta los muros de Melilla, había entregado su alma a Mahoma.
Rodríguez no se impacientaba, por más que ya llevaba una hora de paseo en el muro equis. Tenía fe ciega en su camarada, y no apartaba su vista de las orillas.
El oleaje,
encargado de ir empujando hacia la orilla a cuantos cuerpos flotantes caen en
el mar, puso a la vista y alcance de Rodríguez el magnífico farruco de
la historia del cuento.
Cuando por la
tarde fue desplumado, la piel del animalito presentaba junto a las entrañas las
huellas de cinco dedos duros como el acero.
[1] Pablo
Parellada Molas ascendió al empleo de
Capitán de Ingenieros el 01-jun-1880; continuó de guarnición en Madrid,
en el 2º Regimiento de Zapadores Minadores.
Matrimonió el 05-feb-1881 en Alcalá de Henares, donde a
pocos meses dejó a su joven esposa, ya embarazada de su primogénito Antonio,
porque se le asignó el mando de la Compañía de Minadores del 2º Regimiento
destacada en MELILLA (28/07/1881 a 02/06/1882), siendo el ingeniero comandante
de esa plaza.
Allí realizó una labor muy intensa. Destacan las obras
en las Islas Chafarinas. También se le
asignó la elaboración de un trabajo sobre Colonización del campo exterior de
Melilla; el trabajo efectuado por Parellada no tuvo incidencia práctica, porque
la colonización agrícola siguió su proceso independiente de aquel, y tuvo vida
efímera al revocarse la concesión en 1893, si bien en el siglo XXI aún se
recuerda en la historia local.
Su conocimiento de la ciudad se plasma en el artículo
que, con motivo de la guerra de Margallo, y bajo el título “La pesca del gallo
en Melilla”, publicó en la revista Blanco y Negro del 21 de octubre de 1893;
era ya comandante, destinado en el 1º Regimiento de Zapadores Minadores (Logroño).
[2]
PRESIDIO: Guarnición de soldados que se ponía en las plazas, castillos y
fortalezas para su custodia y defensa.
[3]
GUARNICIÓN: Tropa que guarnece una plaza, un castillo
o un buque de guerra.
[4] PRESIDIARIO:
Persona que cumple en
presidio su condena.
[5] PISTOLO:
Acepción metonímica de 'soldado armado con una pistola', que se registra en
1860, en la obra de teatro Un soldado voluntario, o la toma de Tetuán, de J.
Landa.
[6] Este
cuento se publicó a poco de iniciarse la «Guerra de Margallo»
o “Primera Guerra del Rif”: una campaña de las guerras de España en Marruecos
que tuvo lugar entre 03-oct-1893 y abr-1894. En este caso, la lucha no fue
contra el sultanato de Marruecos, como había sucedido 34 años antes en la
llamada Guerra de
África de 1859 a 1860, sino contra las tribus o cabilas que rodeaban
Melilla.
[7] GATERA: Muchacho
ratero.
[8] Recordamos
al lector que en los párrafos precedentes se comenta quién viste con un galón
blanco, y porqué.
[9] FARRUCO: Del ár. hisp. farrúǧ, y este del ár. clás. farrūǧ 'pollo, gallo joven'.







