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Este blog está dedicado a D. PABLO PARELLADA MOLAS, alias "MELITÓN GONZÁLEZ". Porque... “EN CUESTIONES DE CRITERIO HUELGA TODA DISCUSIÓN; SIEMPRE TIENE LA RAZÓN EL QUE ESTÁ EN EL MINISTERIO”.

lunes, 20 de octubre de 2025

# Pierre Bifard (1914)

 

PIERRE BIFARD

(Traducido del francés por Carolina García de Larrope)

 

 

Este estuvo un joven infante nombrado Piedra Bifard, nacido en un pequeño villaje de la Auvernia. Él vino a París con su padre, que se emprende desde los primeros días de alquilarlo a un deshollinador de chimeneas.

Piedra Bifard, como buen auvernies, parecía tonto, pero era listo, y viendo un porvenir muy negro en el deshuellamiento de chimeneas, abandona el su padre y se engancha en el 24.° regimiento de raya, de guarnición a París.

Después de haber vestido el glorioso costumbre militar, y siguiendo la tradición, el invita sus amigos y compañeros de armas, celebrando su entrada en el regimiento con fuerzas libaciones de vino y aguade-vida en todas las expendedurías del arredondeamiento. El resultado no se hizo atender: completamente borracho, el sargento en servicio de villa le encuentra danzando la bourrée (‘la burrada’) en faz de la columna de Vendôme (‘de la vendimia’), y se emprende de forrarlo en el calabozo.


Al día siguiente, después que los clariones del regimiento sonaron la diana, nuestro joven héroe, conducido por el cabo de servicio, fue amenizado delante del oficial de guardia, que le demanda cuenta de su exordio del ante día. Nuestro joven guerrero, sin se intimidar, responde:

Teniente, mi casaca de soldado endosada, mi primer cuidado ha sido rendir acatamiento a la célebre frase del gran Napoleón: «Todo soldado lleva en su cartuchera el bastón de mariscal». Después haber reflexionado maduramente, yo me soy dicho: para arribar al mariscalato el falta hacer de prodigios, de proezas, de acciones de relámpago; para esto, el falta ser fuerte y vigoroso; la fuerza y el vigor no se tienen si no hay de buena sangre en las venas, y la buena sangre solamente la produce el buen vino. Por tanto, si yo he bebido, ha sido por seguir el consejo del gran Napoleón.

A la época de grandes maniobras, el regimiento arriba a un pequeño villaje, y Piedra Bifard fué alojado casa de paisanos laboriosos. El día siguiente, la patrona, toda llorosa, se fué corriendo decir al coronel que le habían volado un gallo soberbio. Piedra Bifard fue obligado de responder de su nuevo delito, pues se hubo encontrado en su morral vestigios del gallo estrangulado. Él respondió con un aplomo imperturbable:

Mi coro, esto no fue para comérmelo: si yo cogí al rey de las basses-cours (‘de las bases cortas’), él me faltaba a toda fuerza un despertador, y él no hay que el gallo para hacerme despertar a punto de día.

Mas, ¿cómo el gallo podrá él te despertar — dice el coronel —, si él está muerto?

¡Ahí, desgracia, mi coro — respondió Bifard — . No sabiendo cómo yo debía le dar

cuerda, yo le retorcí el cuello en creyendo que era la manivela del quiquiriquí.

Nuestro auverniés, en reentrando en su alojamiento, estuvo talmente incomodado, que en apercibiendo a la denunciatriz, él la llena de injurias de más groseras, la insultando y la invectivando de tal suerte, que la pobre mujer fué de nuevo a llevar queja al capitán de compañía.

¿Mas tú no sabes, pues — le dice su jefe directo —, que, después las Ordenanzas, todo soldado que maltratare a su patrón será él castigado proporcionalmente al exceso?

Mas sí, mi capitán —responde Bifard — ; mas las Ordenanzas no dicen nada del que maltrate a la patrona.

Algunos días después, y siempre en maniobras, Bifard y su compañía tenían la misión de caer prisioneros, según el supuesto táctico del Estado Mayor. Después más de cuatro horas de buscar por todos costados al enemigo que debía hacerlos prisioneros, sin poderlo encontrar, nuestro buen Bifard se tumba bajo unos castañeros, y no tarda en roncar como un bienfeliz.

Sobre estos entrehechos, viene a pasar el general en jefe con toda su escolta, y en apercibiéndole, él da la orden de le hacer despertar por interrogarle.

¿Qué haces tú, pues, ahí tumbado, lejos de tu compañía?

Mi general, es bien simple: yo estaba haciendo de muerto.

De retorno a París, una cierta tarde, Bifard y algunos de sus camaradas partieron en bomba, y contentos y joyosos se instalaron en un pequeño café situado detrás del teatro de la Gaîté (‘teatro de la gaita’).

À esta época allá, el ministro de la Guerra tenía la habitud de se disfrazar y de subvigilar él mismo sus soldados.

En viendo el grupo entablado y haciendo fuertes libaciones, el ministro entra y se asienta cerca de su tabla, todo en degustando un benedictino, y entona la conversación con los jóvenes convidados.

Y decid, pues, mis infantes: con vuestra pequeña paga, sueldo por día, ¿cómo podéis

vosotros hacer tan grandes despensas?

Mas, señor — respondieron a coro—, hay mil medios de procurarnos financias.

Yo — dice Bifard —, yo ayer vendí a una revendedora la lámina de mi sable, muy raramente desenvainamos, y con el dinero que de ella he retirado, hoy hacemos la bomba.

El ministro, edificando y sin dejar nada entrever, hizo sus adioses a estos jóvenes troperos, y Bifard, con el vino, se nombra:

Piedra Bifard, primera compañía, primer batallón del 24.° de raya, a vuestro servicio.

Al día siguiente, el general se presenta en el cuartel, hace batir la llamada y pasa revista al regimiento. Acordándose que un soldado del mismo regimiento había pasado en Consejo de guerra por haber, durante las maniobras, amenazado a un suboficial, ordena hacer comparecer a dicho desgraciado, que había sido condenado a ser fusilado.

Este soldado — dice el ministro — debe ser ejecutado sobre el campo; pronto un número, salga de las filas—; y designando de dedo a Bifard, que él había reconocido sobre la primera fila, le dice:

Salid vuestro sable bayoneta y ejecutad la sentencia.

Bifard, temblando de miedo, se grita:

¡Dé gracia, mi general; perdonadle!

El ministro, furioso, replica con la voz de tonerre (‘de tonel’):,

¡Salid vuestra arma!

Bifard se grita, elevando sus miradas al cielo:

Mi Dios, haz un milagro y cambia en madera el acero de mi sable.

Su plegaria fué escuchada. A la vista de este nuevo trazo de habilidad, el ministro, que conocía el truco, se mete a reir como un loco y perdona nuestro auverniés.


Bifard, en campana, se batió como un león y fué siempre portado a la orden del día; mas su falta de instrucción y su espíritu juerguista le impidieron de arribar más lejos de cabo, y cuando él se extinguió de viejo en el hospital, se grita en muriendo:

Yo no tengo que un disgusto: la carrera que pierdo.


***

Del PASATIEMPO de Pablo Parellada: 'A reirse tocan'. Guasa, chunga y regocijo. (1920)

Publicado en 1914 en el semanario BLANCO Y NEGRO, con dibujos de Sileno.