El desastre del vapor "Cabo Machichaco", 1893
Durante
la Regencia de Dña. María Cristina de Habsburgo, y según el documento “Estado
del Cuerpo de Ingenieros del Ejército” del año 1893, el oficial de
Ingenieros D. Pablo
Parellada Molas tenía anotado: como Número en su escala: el 1;
Empleo en el Cuerpo: Capitán, en la Península, con efectividad del 20-may-1880;
Empleo en el Ejército: Comandante, con antigüedad del 29/5/1887; Destino: Primer
Regimiento de Zapadores Minadores (Logroño),
Primer Batallón, Plana Mayor, Cte. Ayudante.
Por sus
artículos y dibujos en prensa, actividad iniciada en 1883, D. Pablo Parellada
era popularmente conocido como “Melitón
González”. En 1892 inició su colaboración con la revista Blanco
y Negro; más tarde, en 1895, estrenó su primera obra de teatro cómico:
"Los
Asistentes".
El viernes 3 de noviembre de 1893 ardió en el puerto
de Santander y posteriormente explosionó el vapor Cabo
Machichaco, cargado con dinamita. La catástrofe devastó
la ciudad y causó una gran mortandad; fue la mayor tragedia de carácter civil
ocurrida en la España del siglo XIX.
Pocos
días después se inició la llamada «Guerra
de Margallo» o Primera Guerra del Rif.
La revista
quincenal Memorial
de Ingenieros del Ejército, en su NUM. XI. NOVIEMBRE DE 1893, dio
testimonio de los jefes, oficiales y soldados del Cuerpo de Ingenieros que,
desde el día 4 hasta el 11 de ese mes de noviembre, consagraron todas las
aptitudes de su inteligencia y todas las energías de sus fuerzas á aliviar las
desdichas inenarrables ocasionadas en Santander por la voladura del vapor Cabo
de Machichaco.
Entre ellos, el Primer Batallón del Primer Regimiento de Zapadores Minadores, de guarnición en el Acuartelamiento "General Urrutia" de Logroño.
***
«LOS INGENIEROS MILITARES EN SANTANDER"
Formaban la expedición:
Coronel, teniente coronel, D. Francisco Arias Kalbermatten.—Comandante,
D. Pablo Parellada Molas.—Capitán ayudante, D. Fernando Tuero.—Abanderado,
primer teniente, D, Florencio de la Fuente.—Médico primero, D. Ramón Cilla.
1.ª compañía. Capitán, D. Juan Olavide.—
Primer teniente, D. Julio Soto. —Primer teniente, D. Víctor Royo.— 66
individuos de tropa.
2.ª compañía. Capitán, D. Vicente Viñarta.—Primer teniente, D. Pedro Blanco
y Marroquín.—Primer teniente, D. Franco Pando-Arguelles.—65 individuos de
tropa.
3.ª compañía. Capitán accidental, primer teniente, D. Pablo Padilla.—
Primer teniente, D. Félix Medinayeitia.— 64 individuos de tropa.
4.ª compañía. Capitán accidental, primer teniente, D. Antonio Cué.—67
individuos de tropa.
Salió el
tren á la hora marcada, y nosotros con la angustia del que quiere llegar pronto
y ve por delante las muchas horas que han de pasar para conseguirlo, pues al
dársenos la orden de marcha se nos manifestó que obedecía á la catástrofe
producida por una formidable explosión de dinamita, origen de un incendio
colosal que consumía toda la población, y causa que había producido infinidad
de víctimas, entre ellas todas las autoridades; que el
batallón de infantería de Burgos que guarnece aquella plaza había
quedado en cuadro, y por último, y como síntesis, que la ciudad, huérfana de
toda autoridad y con el terror tan justificado de sus habitantes, necesitaba
con urgencia de todos los auxilios morales y materiales que restablecieran la
tranquilidad y atajaran los voraces estragos del incendio.
Bajo tan
tristes impresiones, júzguese de nuestra ansiedad por conocer en las estaciones
del tránsito toda clase de noticias referentes á la catástrofe. Mas eran tan
distintas las versiones, aun cuando todas estaban acordes en lo horrible del
desastre, que lejos de tranquilizarnos aumentaban la duda en nuestro ánimo.
Conocedores de
la actividad y arrojo de nuestro ilustrado compañero el teniente
coronel D. Ramiro de Bruna, que en análogas circunstancias había asumido en
Santander la dirección de los trabajos de extinción de imponentes incendios,
nos preocupaba cuál fuera su suerte en tan horrendo siniestro. Ni aun en las
estaciones más próximas á Santander nos dieron noticias exactas; pudimos ver en
la de Bóo muchos
cristales rotos, que según manifestaron los empleados, lo fueron por la fuerte
sacudida de la explosión, que se sintió aún á mayores distancias.
Solamente al
llegar á Santander á las siete de la mañana del día 6, supimos la verdad de lo
ocurrido, al tener la satisfacción de abrazar á nuestro querido compañero el
teniente coronel Bruna y oír de sus labios una breve relación de los hechos, de
la que se deducía que había librado milagrosamente de la muerte por la
circunstancia de encontrarse en los trabajos del nuevo cuartel en construcción,
al que, como es sabido, dedica sus constantes desvelos.
Al
desembarcar en Santander principiamos á apreciar los efectos de la explosión;
no había ni en la cubierta del andén, ni en puertas ni ventanas un cristal
entero. Muchas de ellas estaban desquiciadas, otras, arrancadas y rotas, por
los suelos. En las calles del tránsito, hasta el cuartel
de San Felipe, se veían viguetas de hierro, de sección doble T, de 8 á 10
metros de longitud y 25 centímetros de altura, que constituían parte de la
carga del vapor Cabo de Machichaco, completamente retorcidas
con deformaciones en todos sentidos. Todas las calles estaban llenas de
cristales y restos de tabiques, ventanas, chimeneas, etc.
Indudablemente
lo ocurrido excedía á cuanto puede imaginarse, y sólo presenciando el acto de
la catástrofe puede formarse idea de su magnitud, de su aterradora violencia y
horribles consecuencias.
Llegamos
al cuartel de San Felipe para dejar en él los correajes y armamento, y en vista
de que el teniente coronel Bruna manifestó la urgencia de nuestros servicios
para extinguir los cuatro importantes focos de fuego que existían y para
demoler altos muros de fachada y medianiles, que constituían un peligro y una
dificultad para los trabajos de extinción, dispuso el teniente coronel Arias
que, tras un brevísimo descanso necesario para que la tropa se alimentara, se
diera principio á los trabajos; y en su consecuencia, comenzaron éstos á las
nueve de la mañana con las compañías 1.ª y 2.ª, quedando en reserva las 3.ª y
4.ª para acudir donde fuera preciso, aunque con ello se abandonaran las
necesidades del alojamiento.
Cambiado el
traje de marcha por el de trabajo, y repartidos los útiles, fueron las
compañías citadas al lugar del incendio, que era el ensanche de la población,
al Sur de la misma, frente al muelle
de Maliaño, donde atracó el vapor Cabo de Machichaco.
Gran pena
causaba ver los destrozos del incendio. De aquellas manzanas de casas
recientemente construidas sólo quedaban en pie los muros de fachada y
medianiles, y al penetrar con dificultad en aquellas escombreras ardientes,
entre un humo denso y pestilente, se advertían y apreciaban los peligros que
amenazaron á la población si el viento Sur hubiera avivado aquellos enormes
braseros, en que se consumían entramados de pisos, cubiertas, muebles, todo lo
que había en las habitaciones, mezclado con los géneros de los almacenes, pues
nada se salvó ni de unas ni de otros.
En vista de
esto, se procedió con toda actividad, por la fuerza de ambas compañías, á
excepción de una sección, al derribo de los muros, que se hizo por medio de
cuerdas y no empleando la dinamita, por razones fáciles de comprender.
Esta operación
se ejecutó con rapidez y éxito, no obstante la dificultad que presentaba la
altura de los muros, de 18 á 20 metros, su quebrantamiento en algunas partes á
causa de la explosión y del fuego, y los escasos elementos con que contábamos
para amarrar las cuerdas á alturas grandes, como era preciso. Se utilizaron con
ese objeto dos escaleras de salvamento, propiedad del Municipio.
Como hemos
dicho, se destacó una sección para extinguir el incendio del almacén de tabacos
de la Compañía Arrendataria, en unión de los bomberos de Bilbao.
En esta forma continuó el trabajo, dando un pequeño descanso al medio
día, y terminándolo para dirigirse al alojamiento, operación que no pudo
conseguirse hasta las diez de la noche, en atención á las dificultades que se
presentaron por carencia de edificios del ramo de Guerra, pues los que hay, ó
están totalmente ocupados por la guarnición, ó en estado ruinoso y con malas
condiciones. Por otro lado, la situación del vecindario impedía el alojamiento
de las compañías en las casas particulares; pero el Ayuntamiento con su buen
deseo venció todos los obstáculos y proporcionó á las compañías un alojamiento
en los Hoteles del Sardinero, con ventajas y comodidades que exceden á toda
ponderación, facilitando al propio tiempo, y durante toda nuestra estancia, tranvías
que conducían la tropa en las horas necesarias.
En los días
sucesivos, las compañías se dedicaron á los trabajos ya mencionados, y á los de
extracción de maderas y materias combustibles, pues era de todo punto necesario
evitar que si el viento Sur saltase con la violencia que frecuentemente se
siente en Santander, estando los focos al Sur de la población y en gran
actividad con tanta substancia combustible, se propagara al resto de ella, pues
entonces es incalculable el daño y peligro que se corría.
Daño y peligro
que á toda costa y sin descanso había que evitar, y que felizmente se consiguió
con el constante trabajo y con los elementos de Bilbao, San Sebastián y pueblos
de los alrededores, y el escaso material que quedó en Santander después de la explosión;
contribuyendo también á este resultado la fuerza del regimiento
de Burgos, cuyos jefes, de acuerdo con el Comandante militar, coronel Sr.
Morales, la pusieron incondicionalmente á las órdenes del teniente coronel
señor Bruna.
La
circunstancia de estar la vía férrea paralelamente á las manzanas de casas
destruidas y á muy corta distancia de ellas, facilitó mucho el trabajo, pues
la compañía
de ferrocarriles del Norte colocó ténders con
que se alimentaron algunas bombas, y otras, como las de Bilbao, lo hacían
directamente de la bahía, con máquinas de vapor.
Estos trabajos,
en los que nuestra fuerza estaba siempre entre fuego y escombros, manejando
piezas de madera y de hierro de grandes dimensiones, y muchas veces rodeada de
humo y vapor que impedía ver dónde se pisaba, fueron causa de inevitables
lesiones en ocho individuos, dos de ellas de alguna gravedad.
El temor de
propagación del incendio, si saltaba el viento Sur, aumentaba durante las
noches, y esto obligó á que durante ellas permaneciese de guardia una compañía
con sus oficiales, que, en continua y penosa vigilancia, observaba todos los
focos y estaba preparada con los bomberos para acudir inmediatamente donde
fuera necesario; previsión acertada, pues una noche fueron utilísimos sus
servicios trabajando durante varias horas y extinguiendo por fin un incendio
que se presentó amenazador en una casa de la población, cerca del barrio
destruido.
En la
tarde del día 8 se principió la extracción de dinamita que aún quedaba en la
popa del vapor Cabo de Machichaco.
Fuera ocioso
detenerse á relatar los temores que hubo de una nueva explosión; de ello se ha
ocupado toda la prensa, y con evidente injusticia se ha tratado de mortificar á
la población, atribuyéndola flaqueza de ánimo, abandono de heridos y enfermos y
desatención de ineludibles deberes. Hubo pánico, es cierto, pero pánico muy
justificado, pues no se borra en dos días, sino que será perdurable, el triste
recuerdo de la catástrofe del día 3; y es muy natural que un pueblo que aún
tiene á la vista los estragos de aquella explosión, se prevenga y tema los de
una nueva y fácilmente posible, sin que sus prevenciones, y sus temores sean
censurables, pues no impidieron ni entorpecieron el cumplimiento de sagradas
atenciones.
La extracción
de la dinamita se imponía á la mayor brevedad posible; así opinaba toda la
oficialidad del batallón, á la cual no se le ocultó que cuanto mayor fuera el
tiempo que la dinamita estuviera en el barco, mayores serían los peligros que
su extracción habría de presentar; pues indudablemente la separación de la
nitroglicerina de la substancia inerte sería mayor cuanto más tiempo estuvieran
las cajas sumergidas.
La fuerza
trabajó dicha tarde en la extinción del fuego y demoliciones de la calle de
Méndez-Núñez y de la Audiencia, sitio este último muy importante por estar casi
en contacto de grandes almacenes de maderas. Se hicieron las prevenciones
oportunas para librarse en lo posible de los efectos de la explosión, dado caso
que ésta tuviera lugar.
Felizmente nada
ocurrió; el resultado de la extracción correspondió á la inteligencia y cuidado
con que se hizo, bajo la acertada dirección del personal de la fábrica
de Galdácano.
Tales son los
trabajos llevados á cabo por el batallón, durante su estancia en Santander; y
si grande era la complacencia con que el público los presenciaba, mayor era sin
duda alguna la que sentían los jefes y oficiales al ver la buena voluntad y
arrojo de los soldados en los trabajos, á pesar del frío y de la molesta lluvia
que en tres días no cesó, calándoles sus ropas interiores, lo cual no era
bastante para hacer decaer su espíritu, siempre animoso.
La plana mayor
ha visto con el mayor agrado, que, gracias al celo y acertada dirección de toda
la oficialidad, no ha habido en trabajos tan peligrosos más lesiones que las
inevitables, ya citadas.
En la tarde del
sábado, día 11, terminaron los trabajos de nuestras compañías; desapareció todo
peligro de derrumbamiento y propagación de incendio, pues se vio que en las
noches de los días 9 y 10, no obstante el fuerte viento Sur que reinó, ni se
reavivaron los focos de los escombros, ni prendieron otros nuevos.
Tenemos
un legítimo orgullo al expresar que si Santander no lamenta hoy mayor
catástrofe aún que la sufrida, fué debido á la acertada medida de sus
Autoridades, que por unánime acuerdo encomendaron la absoluta dirección de los
trabajos de extinción de incendios á nuestro compañero el teniente
coronel Sr. Bruna. Con escasísimos elementos y en aquellos angustiosos
momentos de terror, tuvo que combatir el incendio de 23 casas y del almacén de
tabacos, y gracias á su infatigable actividad, á su desprecio del peligro y á
verse secundado eficazmente por el distinguido capitán de Estado Mayor D. Luis
Torres, y con algunos elementos de los pueblos inmediatos, pudo esperar los
socorros de Bilbao y San Sebastián, después de localizar el fuego. Con estos
socorros se facilitó mucho su tarea, por la pericia y arrojo de los bomberos y
medios con que acudieron, que se utilizaron con el mayor éxito.
Simultáneamente
con estos trabajos, tuvo que hacer la primera noche los muy dolorosos de
recoger heridos, cadáveres mutilados, restos humanos esparcidos por los muelles
y calles próximas al lugar del siniestro, en cuya cristiana tarea se
distinguieron la oficialidad y tropa del regimiento de Burgos, que lamentaba y
lamenta la pérdida de su querido y digno coronel señor Sánz, víctima de la
explosión.
El
Ayuntamiento,, que diariamente obsequió á la tropa en el descanso del medio día
con chorizos, pan y vino, entregó poco antes de salir de Santander, 2,50
pesetas por plaza; la Diputación hizo un donativo de 600 pesetas; el Círculo de
Santander regaló á cada individuo un paquete de cigarros puros; D. Alonso Fernández
Baladrón obsequió á la oficialidad con cigarros habanos, y con 300
cigarros puros á la tropa.
El pueblo
demostró su agradecimiento con regalos á los soldados, los cuales durante su
estancia fueron cariñosamente tratados por los dueños de los Hoteles del
Sardinero en que se alojaron, y por el propietario y empleados del tranvía; y
al embarcarse en el tren el batallón, fué objeto de las más expresivas y
sinceras manifestaciones de cariño de toda la población, que con sus
Autoridades al frente, así como las militares y la oficialidad de la guarnición
nos despidieron vitoreando al batallón, al Cuerpo y al ejército. A tan
entusiastas manifestaciones correspondía el batallón con vivas á Santander, por
cuya prosperidad y alivio á sus desgracias hacemos los votos más fervientes.
Debe quedar
consignado aquí un hecho digno del mayor aplauso: la circunstancia de haber
recibido los donativos en metálico á última hora impidió, no sólo hacer su
distribución, sino dar conocimiento de su importancia á la tropa. Apenas lo
supieron los soldados, decidieron contribuir al alivio de las desgracias,
ascendiendo el importe total de su donativo á 812 pesetas, que fueron remitidas
á Santander. El Alcalde tuvo á bien contestar, manifestando su agradecimiento
en frases muy lisonjeras para el Cuerpo en general y para los donantes en
particular.
Terminaré manifestando que la opinión de cuantos han tomado parte en la
expedición á Santander es la de que, si grande fué nuestra buena voluntad y
esfuerzo para aminorar las desgracias de sus habitantes, las manifestaciones de
cariño que nos tributaron y las felicitaciones recibidas superan en mucho á
nuestro merecimiento. En el primer regimiento se conservarán siempre con
estimación especialísima las laudatorias comunicaciones recibidas del
Ayuntamiento y Diputación de Santander, y las felicitaciones de los Excmos.
señores Ministro de la Guerra y Comandante en Jefe del 6.° Cuerpo de Ejército,
y en el lugar preferente que por su altísima significación le corresponde, la
que se ha dignado enviar S. M. la Reina Regente, por conducto de su ayudante,
el coronel de Ingenieros D. Estanislao Urquiza.»
UN EXPEDICIONARIO.
Logroño, 28 de
noviembre de 1893.»
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El
coronel de Ingenieros D. Estanislao Urquiza, Ayudante de S. M. la Reina Regente
al coronel del Regimiento.
«Enterada S. M.
la Reina Regente, (q. D. g.) de los penosos servicios y peligrosos trabajos
realizados con tanta abnegación y caridad por las fuerzas de ese regimiento,
con motivo de la catástrofe de Santander, me encarga que en la orden del Cuerpo
felicite V. S. en su Real nombre á todos los jefes, oficiales y tropa que
formaron parte de la expedición y les haga conocer su más profunda gratitud por
tan brillante comportamiento.»
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